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jueves, 4 de junio de 2009

Un pequeño relato sin título

A saltos miraba las páginas del libro yendo adelante y atrás, sintiendo una enorme presión en el estómago. No podía ser, era imposible estar leyendo cada detalle de tu vida, hasta las cosas más olvidadas. A saltos retrocedía de mi juventud a mi infancia, de mi infancia a mi madurez. Me sentía en una jaula observado por un ser supremo que escribía cada línea del libro que tenía entre las manos sin dejar de sentir un vértigo enorme. Mis dedos temblaban y estaba seguro que de ponerme de pie caería como un fardo inerme sin que mis piernas pudiesen sostenerme.

De repente pensé en la posibilidad obvia: si ese libro contenía toda mi vida, en el estaría escrito mi futuro y el momento de mi muerte. Aún más sentí el latido de mi corazón en la sien y más fuerte se hizo la sensación de que el tiempo a mi alrededor se detenía mientras el mío propio se aceleraba. La posibilidad de avanzar más allá me llenaba de pánico, pero no podía evitar ir pasando las hojas. Alcé la vista a mi alrededor y vi como la bibliotecaria acarreaba unos libros para colocarlos en un estante cercano. Volví mi vista al libro, leí el inicio del día, salté unas páginas y encontré el momento en el que alargué la mano para cogerle. Recuerdo sin saber por qué alargué la mano para coger un libro.


De la actual página a la siguiente sería como saltar del inmediato pasado al futuro. No quería, pero me resultaba del todo imposible no pasar la página. Mis dedos temblaban aún más y... me encontré con una página en blanco. La siguiente estaba en blanco también. Todas las páginas estaban en blanco, no había nada más escrito. Quedaba como un tercio del libro con las páginas en blanco.

Sentía nauseas, vértigo, temblores en mis piernas. Me daba la sensación de estar hecho de flan, que me disolvería cayendo como masa flácida por los bordes de la silla.

Levanté la cabeza, vi a la bibliotecaria, los mismos libros entre sus brazos, el mismo gesto para ir a colocar uno...

Salí de allí rápidamente, no miré a nadie. Avanzaba como andando en un túnel donde solo se veía la salida al final de él. Apenas me sostenía, me costó girar el pomo de la puerta. Quería respirar el aire de la calle, llenar mis pulmones, que el aire entrase y la experiencia de lo vivido fuese desalojada de mi cuerpo.

Creo que estar leyendo "Los hombres que no amaban a las mujeres" ha provocado este brote de delirio.
Y ya que estamos, se lo dedico a mi amigo Joaq...ko.

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