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jueves, 17 de mayo de 2012

Poco a poco al principio, rápido al final

No le di importancia cuando noté una de mis uñas un poco blanda. Al cabo del tiempo se fue separando de la piel y cayó al suelo. No quedó ahí la cosa, después de la primera, vino la segunda, la tercera, las uñas de los pies. Todas fueron cayendo. No dolía, no especialmente. Quizás por eso, por eso y por lo ocupado que estaba, no fui a que me viese un especialista. No es que no le diera importancia, es que iba postergando el momento de ver que me ocurría más preocupado por la rutina diaria que por un hecho circunstancial aparentemente sin importancia.

Un día no fueron las uñas que ya no me quedaban, empecé a ver cómo se me pelaba la piel de las yemas de los dedos, las de todos los dedos.

En el plazo de una semana la piel desapareció, era la carne viva la que se veía. Empecé a preocuparme seriamente, ya empezaba a doler, y esto parecía un tanto peligroso. Pedía permisos en el trabajo para ir a un especialista. Luego a un segundo, un tercero, y así continué de especialista en especialista, ninguno sabía que pasaba, pero todos concluían que ya era tarde, la progresión de la enfermedad se había acelerado tanto que constataba cambios en mí solo en un día, en un día alguna parte de mi cuerpo, cada vez más grande, se perdía.

El dolor se volvió insoportable, era un cuerpo con muñones sanguinolentos. Desaparecí en mi propia impotencia.

Así me siento yo con la que nos está cayendo

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