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miércoles, 19 de febrero de 2014

Relato de lo insustancial

Chasqueo las uñas de mis pulgares unidos mientras pienso en esta entrada y la mente vuela alrededor de mil historias. Hago otro chasquido para llamar su atención y al rato vuelve a dejarme. Los pensamientos son volutas de humo que me distraen de lo que hago. Pienso y el pensamiento se fracciona en mil pedazos siempre los mismos y siempre iguales.

Estoy intentando permanecer en la realidad. Mientras viajo en bus me concentro intentando apreciar  lo que veo centrando la atención en lo que me rodea. Resulta difícil, mucho. La mente vive en lo abstracto e irreal. La atención exterior a lo exterior rápidamente se adormece. Continuamente, y la mente vuelve a vagar. Viaja por los mismos senderos, muy trillados.

La mayoría de los sueños tienen una entidad más real que nuestros pensamientos. La sensación de relajado adormecimiento que a veces me embarga en las primeras horas de la mañana, mientras rememoro un sueño con significados que la vigilia trastoca en confusos de forma paulatina, me llena de un regocijo especial. Caminando por la calle permanece una sensación de ir flotando por encima de la ilusión de la percepción, la que tomamos como real. Como andar por una acera al lado de un muro viviendo la impresión que al otro lado hay un parque lleno de árboles donde anidan unos pájaros indolentes que trinan al aire.

¿Seré un manojo de pensamientos encerrado en un cuerpo que envejece?¿O un cuerpo que siente y se evade con esa capacidad que tiene tan especial de fabular?

Cuando un gas que se expande se vuelve sutil abarcando más espacio con menos fuerza. Mi mente se expande de la misma forma, repartiendo etéreamente lo poco que contiene, alrededor suyo, tocándolo sutilmente sin impregnarse con nada.

Chasqueo para volver a la realidad y atrapar la mente en un murmullo de vida que se mueve a mi alrededor y dentro mio. Si he de vivir esto tengo que retener la mente en el murmullo que me rodea. Una mesa de servicio con tazas de café golpeándose pasa a través de la pared. Zumbido del aire acondicionada y las voces de compañeros de oficina más lejanas. Si tu mente no es capaz de crear un nuevo pensamiento mejor adentrarse en las profundidades de las voces lejanas, en los objetos cotidianos de alrededor, en el fluir del aire hinchando los pulmones. Cualquier cosa que sirva para atrapar la mente y apercibirte un momento, de parar a presenciar la orquesta que toca para nosotros a nuestro alrededor.

De chico descubrí el mundo, cada cosa nimia la observaba con la mayor atención posible, como cualquier otro niño. De mayor ando con el mundo descubierto y en una mochila llevo todos mis prejuicios e ideas establecidas. Ando por un pasillo estrecho y muy largo sin mirar a los lados. Como un Sísifo levanto mi mundo a la cima de la montaña.

Mientras meo me doy cuenta de un objeto insustancial, la tubería de descarga y el engarce que hace en la parte superior del urinario. El tubo se afirma en la porcelana con un cilindro más ancho que los une. Esa observación absurda me abstrae de mi abstracción. Un hecho insustancial, prosaico y vulgar centra mi atención al sitio donde estoy y en lo que hago. Por un rato dejo las prisas y me dedico a vaciar mi vegija y mirar los contornos, la cara superior, la pared lateral de ese cilindro. Observo el óxido verde del cromado y pienso en el mundo que tengo que volver a redescubrir.

La realidad se convierte en un sueño en el que los sueños son más reales. Vivir con una borrachera continua se convierte en algo habitual. Mientras conduzco por la avenida los árboles forman un túnel a mi alrededor y pasan con velocidad a mis lados. El camino lo tengo marcado hasta que giro a un lado y me meto por una bocacalle. A mi lado observo a la gente. Viajo despacio, con cuidado de mirar bien los peatones que quieren acometer el paso de cebra. Esa vida, nuevamente, me abstrae de mi abstracción. Con fortuna me absorbe, me saca de mis ensoñaciones. Me despierta y me aleja de mis pensamientos.

La materia se vuelve insustancial. Tengo la sensación de poder acelerar y atravesar árboles, farolas y muros. Hasta que miro lo prosaico, lo poco valorado que bulle a mi alrededor y noto como me vuelvo más sólido y consistente.

Me peino en la mañana sin apenas ser consciente. Dejo el peine. No recordaré donde lo puse, no lo puse en el sitio habitual y no lo encontraré.

Llego a casa del trabajo. Dejo las llaves en un acto inapreciable. No recordaré donde las dejé. Las posé de forma automática. Mi vida es un automatismo lleno de pulsiones, reacciones y estímulos que dejan mi piel al momento.

Intento desechar  el acto inconsciente mirando donde dejo el peine, las llaves. Quiero andar a mi paso, intentarlo aunque no pueda. Quiero ver como la gente me adelanta por la derecha, por la izquierda. Quiero ver como vuelven cuando yo aún no he llegado.